lunes, 29 de septiembre de 2014

Ser padre es algo más que intoxicar, ser padre es otra cosa

OPINIÓN

   De vergüenza. No hay mejor expresión que describa lo vivido ayer en el Enrique Puga. Bueno sí, hay muchas otras: bochorno público, pena ajena, escándalo deportivo, etc. No hacía mucho tiempo desde que vivía algo así pues, por desgracia, el deporte hoy en día se ha convertido en eso. En una lucha sin cuartel por aparentar que son nuestros hijos los que manejan el cotarro, en una guerra sangrienta por querer mover los hilos de los clubes y en un combate viperino por despellejar a todo el que lo impida. De eso se trata, de enjuiciar a las cabezas visibles de un proyecto, de juzgar a esos que se dejan la piel todas las semanas por preparar cada encuentro. 

   No sé si es más indecente oír todo lo que se tiene que oír en las gradas del estadio o que esos niños tengan que escuchar lo mismo, o más, todos los días en su casa. Y así, ¿quién es capaz de ser “un revulsivo”? Porque eso pedían, escondidos tras las rejas del bar, pues otra cosa no sé pero valentía para ir a decírselo a quien tiene que saberlo no hay, hay muy poca. 

   Cuestionan a quien escribe la convocatoria porque la hace sin ver los entrenamientos. Punto número uno, ¿saben ustedes quién hace la convocatoria? Porque si haces seis cambios de una semana a otra que por qué los haces y si no los haces por qué mi niño no juega. El juego es simple: somos veintidós y en el terreno de juego solo caben once. O hacemos un equipo sin banquillo para que los chiquillos se paseen ochenta minutos por el campo o que alguien me explique a mí cómo tenemos a todos contentos.

   Y la respuesta más socorrida: “Son niños, hombre”. Son niños, claro que sí, pero esta categoría es otra cosa. Y si alguien no está conforme, la solución es muy fácil. O si no, siempre quedarán clubes de barrio donde la competitividad es nula o de pueblo, ¿verdad? Porque en ese banquillo hay nivel solo para entrenar en Villafranca. Ironía ante todo y mucha honra porque no, no venimos de Villafranca, venimos de Adamuz y ahí llevamos muchos muchos años haciendo del deporte una pasión.

   Claro clarísimo está que este equipo viaja con veinte entrenadores y ante tanta sabiduría deportiva, ¿quién puede competir? Opiniones siempre, insultos nunca. Lo reprochable es que se cuestione hasta la postura de los técnicos en el banquillo pues para ellos “con los brazos cruzados un entrenador no puede pensar”. O “es que es una vergüenza que un equipo de esta categoría se quede en el banquillo en el descanso” y a los dos minutos tienen que agachar la cabeza porque ven cómo sus hijos cogen caminito del vestuario. 

   Pero, ¿se ha hecho algo bien en todo este tiempo? Los entrenadores no son dioses, claro que no, pero el equipo lleva cinco de los nueve puntos que podía conseguir. Dos empates luchando hasta el final y peleando por la victoria sin miedo al rival y una victoria, ¿qué más queréis? Lo que no puede ser es que “altas esferas”, o eso se creen, se froten las manos en el descanso de un encuentro porque el equipo va perdiendo. Ahora bien, qué poquito hablamos y qué cerradita se nos tuvo que quedar nuestra boquita cuando salieron en la segunda parte y clavaron los tres tantos que nos dieron la victoria. El domingo solo faltó poner un altar con miles de vírgenes que sirviera de santuario para tantos como soñaban con una derrota. Pero no, mira por dónde, ganamos y a Dios gracias porque si no lo hubiéramos hecho la lapidación de San Esteban hubiese pasado a la historia como un juego de niños.

   Lo más importante, se nos está olvidando que todos los equipos son malísimos menos nosotros. Tenemos un equipo de cracks con unos inútiles entrenadores, con menos papeles que una liebre, que no saben ni cómo rueda un balón. Porque hoy en día queda demostrado que la profesionalidad de unos técnicos se mide por el número de minutos que juegue nuestro niño. O, lo más indignante de todo, “que un niño de pueblo no puede jugar antes que otro que lleva años en el club”. ¿Os dais cuenta que os estáis disparando contra ustedes mismos?

   Si metes a Pepito o Juanito y te empatan el partido, ¡vaya entrenadores, qué locura han hecho! Y si no los metes, ¡qué injusticia! Si les dices a los niños lo que quieren escuchar, ¡qué malos! Y si no se lo dices, ¡es que ni hablan! Podemos rebuscar en nuestro interior, si es que existe, el tan ansiado espíritu de equipo. Quizás muchos lo tengan envuelto en eso que llaman “amor de padre” pero es que ser padre no es encararte con el líder deportivo de tu pequeño, ser padre no es echar veneno por la boca después de cada partido, ser padre no es ir llorando e intoxicando a las altas esferas. Ser padre es algo más que eso, ser padre es otra cosa.

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